Hace algunos años, justo después del pánico geek de Y2K, leí un artículo en la revista Time que abordaba el eterno enigma del fin del universo. El artículo, How Will The Universe End? (With A Bang or A Whimper?) (una versión reducida puede consultarse en línea) hacía referencia a la dualidad entre el fuego y el hielo, la gravedad o la expansión como posibles detonadores del desenlace de nuestro universo –una disyuntiva que T.S. Elliot resolviera en su poema The Hollow Man diciendo: “This is the way the world ends/Not with a bang but a whimper” (Así es como el mundo acaba/No con una explosión sino con un gemido).
Para algunos cosmólogos Elliot en este verso había mostrado un profundo sentido de los misterios universales: el universo no acabaría con un Big Crunch, una explosión provocada por el triunfo de la gravedad, sino con un whimper, un largo quejido, eco del quebranto de la materia en perpetua expansión. Pero antes de que la inflación indetenible del universo hiciera imposible la formación de moléculas y organismos complejos, planteaba el artículo, la conciencia podría tal vez sobrevivir de manera incorpórea. O quizás incluso evolucionar a punto en el que esta inteligencia, ya habiendo trascendido los límites ordinarios de la materia, podría alterar las leyes de la física.
En los últimos años hemos visto el surgimiento de la neurociencia como una de las ramas más innovadoras y dominantes de la ciencia humana. Sus logros aunados al avance de la tecnología informática han hecho que una serie de pensadores tecnoptimistas desarrollen los conceptos rectores del transhumanismo, la disciplina que básicamente considera que en un futuro cercano el hombre se fusionará con las máquinas y esto, más que un evento apocalíptico y deshumanizador, será algo positivo, incluso la llave para trascender la enfermedad, el dolor y hasta la muerte. Este tecno-coqueteo con la inmortalidad para algunos detractores entreabre una Caja de Pandora, amaga robar el fuego de Prometeo e invoca al engendro del Dr. Frankenstein.
La forma principal en la que los transhumanistas imaginan la conquista de la muerte, es cargando la mente o la conciencia humana a un dispositivo de hardware cuyos componentes puedan ser reemplazados permanentemente, de esta forma eludiendo la guadaña del tiempo. El término que se usa es “mind uploading” e incluso “universal mind uploading”.
Aunque personalmente confieso que en un principio esta alternativa para acceder a las promesas de la religión –una tierra prometida digital, literalmente una utopía– me parecía una aberración del espíritu humano, el camino del materialismo recalcitrante que busca forzar la entrada a las dimensiones etéreas, creo que es importante examinar este camino tecnológico al paraíso con la menor cantidad de prejuicios y entender el raciocinio detrás de esta hipotética empresa.
Y una de la razones que de alguna manera justifican este impulso de la mente humana a descorporizarse para seguir existiendo, es que el universo material, el de una vida individual y el de una vida universal, tiende a desintegrarse y eventualmente dejará de proveer un soporte, una matriz para la evolución de la vida como la conocemos.
El cristiano decidirá portarse bien y arrepentirse para lograr la vida eterna, el transhumanista decidirá probablemente tomar cartas en el asunto y crear una máquina donde pueda depositar su conciencia — o aquello que la religión ha llamado alma.
Decía Terence Mckenna, amoralmente: “No son los buenos los que van al cielo, sino los inteligentes”. Con esto no queremos decir que el camino del transhumanismo es el camino acertado, si acaso al tener a la ciencia de su lado es el camino dominante. Es cierto también que la ciencia y la tecnología amenazan con destruir esta misma matriz de vida que sueñan con trascender y del otro lado yace el camino de la magia y de la alquimia, que operan a través del cuerpo, no a pesar de.
Regresando al tema del uploading de mentes, vemos por qué según muchos de los líderes en el campo de la neurociencia, de la cibernética y futurólogos en general, consideran plausible que crucemos en nuestras vidas este hito –y aunque no suceda en 2050, como se predice, sino en 2150 de cualquier forma el hecho es trascendental e insoslayable.
Michael Anissimov escribe en la revista H Plus un provocador artículo sobre los beneficios de subir una mente a una computadora. Esto bajo los supuestos de que el funcionalismo esté en lo correcto, es decir, que la conciencia sea un producto de nuestro cerebro, cuya enorme complejidad basada en proteínas podría ser copiada exactamente pero sobre una base de silicio. El cerebro humano, apodado bicoumputadotra humana por el Dr. John Lilly, contiene alrededor de 100 mil millones de neuronas, cada una vinculada individualmente con otras neuronas a través de axones y déndritas.
Las señales y ligamentos de estas conexiones son transmitidas a través de una serie de químicos conocidos como neurotransmisores. Según la neurociencia la mente humana es una propiedad emergente del procesamiento de información de esta red neural. La memoria, el aprendizaje y la misma conciencia son resultados de procesos electroquímicos en el cerebro gobernados por leyes físicas aplicables, nos dice el consenso.
Un ejemplo de la viabilidad de copiar de manera funcional esta compleja red neural, es esbozado en el experimento teórico del reemplazo de una porción del cerebro con un chip de silicio. A grandes rasgos: imagina que estás sintiendo un enorme dolor. Ahora imagina que una de tus neuronas es reemplazada por un chip prostético de silicio que tiene exactamente el mismo pefil de recepción y emisión que la neurona que reemplaza. ¿Sentirías la diferencia? ¿Dejarías de sentir el dolor? Probablemente seguirías sintiendo el mismo dolor sin darte cuenta que ahora estas usando un chip de silicio para transmitir esa sensación generada por una red de neuronas (en la que cada parte existe en función del todo) que es el dolor.
Presumiblemente, si se reemplazara cuidadosamente cada una de las neuronas, tu cerebro seguiría funcionando de manera constante con las mismas propiedades mentales, manteniendo las relaciones causales entre cada parte del cerebro, las cuales son responsables de la conciencia.
Uno de los pasos conducentes para crear una copia de un cerebro específico, es copiar un cerebro humano con toda su complejidad. Esto lo que el ambicioso Proyecto Blue Brain, encabezado por Henry Makram se ha impuesto lograr. Este esfuerzo de conjurar una inteligencia artificial empieza a rendir futuros, según su creador:
Blue Brain empieza a aprender y a recorda cosas. Podemos ver cuando recobra una memoria, y de donde la recobra, podemos rastrear la actividad de cada molécula, cada célula, cada conexión y ver como la memoria se formó… construyendo de una columna neurocortical hasta un neurocórtex entero, las propiedades emergentes etéreas que caracteriza al pensamiento humano, paso a paso, se hacen evidentes.
Según Annisimov los beneficios de poder cargar una mente a una computadora o a una red informática son los siguientes:
1. Crecimiento económico masivo- Uno de los beneficios de subir una mente a una computadora o a un cuerpo robótico es que casi instantáneamente se acabría con el problema de la pobreza. Por una parte ya no se necesitaría alimento –salvo una constante fuente de energía eléctrica o solar, etc. Y para proveer de la energía necesaria para funcionar en estos entornos psicocibernéticos lógicamente se podría contar con versiones más primitivas de androides capaces de cultivar y generar los requerimientos básicos. La riqueza además podría ser simulada infinitamente en mundos de realidad virtual indistinguibles de la pre-realidad.
Claro que esta prospección esta basada en un supuesto altamente optimista, que la élite que desarrolle esta tecnología busque compartirla abiertamente con el resto de la población y no la use para crear un estado totalitario, muy similar a The Matrix.
2. Aumento de la Inteligencia- “Observando flujos de información en los cerebros humanos cargados, muchos detalles de la cognición humana se dilucidarán y podrán ser aumentados. Correr algoritmos de compresión estándar en estas mente podría probar ser más eficiente que la selección natural ciega, y al generar espacio extra de almacenamiento se podría introducir nuevos módulos de procesamiento de información con cualidades adicionales. Colectivamente estos módulos darían lugar a una mayor inteligencia”. Esto es lo que dice Annisimov, sin embargo quizás deberíamos de considerar el factor de la inteligencia emocional y que tal vez éste esté ligado a nuestra experiencia unitaria con un cuerpo, a sentir de manera holística con todas las partes de nuestro organismo para así tomar decisiones e integrar experiencias conscientes. Aunque, claramente, los transhumanistas nos contestarían que esta percepción corporal unida a la inteligencia emocional puede ser igualmente simulada: y aunque estuvieramos en una caja de cuarzo y silicio podríamos estar sintiendo el viento más suti soplando en nuestra piel.
3. Mayor bienestar subjetivo- Más allá de que en muchos casos la felicidad o nuestro nivel de tranquilidad, paz y empatía son el resultado de nuestras experiencias y nuestra capacidad de procesarlas y orientarlas hacia un fin deseado, es innnegable que existe cierta propensión neuroquímica a ciertos estados mentales (hay personas que, por ejemplo, no generan naturalmente los niveles de serotonina que necesitan para estar medianamente felices). Esto fácilmente podría ser arreglado. Annisimov incluso señala, con un dejo hedonista, que los bajones naturales, neuro-crestas y neuro-valles, que atravesamos naturalmente podrían ser reingeniados para que desaparezcan completamente (¿Un Mundo Feliz?). Y en el caso del bienestar que proveen las experiencias, haber vivido algo que cambió radicalmente tu forma de ser, estas también podrían ser simuladas. Un frío paraíso de tweaks y chips.
4. Beneficios ecológicos — La misma tecnología que amenaza con acabar con el ecosistema podría ser la solución. Al pasar la mayor parte del tiempo conectados a una red mundial informática, consumiremos menos energía, espacio y recursos naturales que bajo un cuerpo humano convencional. Nuestra comida sería deliciosa aunque virtual; virtual pero visceralmente experimentada. Sobre la nostalgia del mundo real-natural, Annisimov dice: “Podríamos de todas formas experimentar este ambiente a través de feeds en vivo de la biósfera insertados en una esquina de nuestros mundos expansivos virtuales o incluso interactuar directamente con una muy ligera huella de carbono”.
5. Escapar de las limitantes causadas por las leyes de la física- En un ambiente virtual totalmente inmersivo, el programador tendría control de todo lo que percibe y experimenta. Una caja de creación de realidades se haría posible a un bit rate y a una resolución tan alta o más de la que puede acceder actualmente el cerebro humano –incluso los estados de percepción alterada provocados por el uso de drogas psicodélicos podrían ser mimetizados con toda su complejidad fractal y sofisticación. Podrás copular con tus sueños más desaforados en el cielo de la información.
6. Conexión más íntima con otras personas- A diferencia de lo que se podría pensar, según Annisimov, esta tecnología proveería de experiencias de conexión humana más nítidas y vívidas. Conectados a una neurored de interacción telepersonal podríamos literalmente sentir lo que una persona siente, experimentaríamos telepatía global electrónica (si lo desearamos) y otras formas de intercambio de información emocional. Aquel deseo ferviente y siempre escurridizo de una pareja enamorada, de sentir lo que su amante siente cuando la mira, o incluso de ser una sola persona, podría ser simulado.
7. Tiempos de vida indefinidos- Si nos convertimos en software podemos tener siempre un respaldo que puede ser restaurado. La muerte es fundamentalmente lo que impide el desarrollo de nuestra conciencia individual a niveles superiores, en tanto a que la continuidad de aprendizaje de una vida se corta –y una persona que nace de nuevo en el mundo, aunque se avastece de la conciencia colectiva, tiende a cometer los mismos errores y deja de percibir patrones que se forman solamente en plazos de larga duración. Podríamos convertirnos en impecables observadores del drama cósmico y entender, a través del artificio de la mente humana, la mente divina.
Delirante, Annisimov imagina una civilización galáctica de mentes digitales. Considerando que se podrían crear, utilizando solo la materia de la Tierra, hasta un trillón de mentes digitales, podríamos poblar todas las estrellas del universo. ¿Aunque como saber que una forma de mente incorpórea no ha hecho esto ya?
No hay duda que las posibilidades del mind uploading son fascinantes, pero como suele ser el caso con los transhumanistas, son demasiado optimistas. Por una parte se asume que el paso de un ambiente orgánico, que la biología a amaestrado por miles de millones de años, a un entorno de máquina no generará ningún trauma: que nuestra conciencia iterada en el hardware se adaptará perfectamemente a este nuevo soporte, acaso deleitada por los nuevos placeres sensoriales a los que tendrá acceso sin tener que moverse un ápice. Y la neurociencia toma la dimensión de un demiurgo: todo puede ser corregido moviendo una conexión aquí, o insertando un chip allá.
Por otro lado tenemos la posibilidad también teorizada (por ejemplo, la Mente Esparcida) de que la conciencia no sea un epifenómeno del cerebro y de la materia biológica, sino una red de relaciones con el mundo, sutilmente equilibrada para que el espíritu (el fantasma en la máquina) pueda percibir el mundo y percibirse a sí mismo haciéndolo. O la misma versión de la conciencia que encontramos en el pensamiento oriental, que a grandes rasgos señala que la conciencia origina a la materia para experimentarse a sí misma –y no al revés. Aunque esto indicaría en cierta forma que un pedazo de hardware ciertamente podría ser el vehículo la conciencia — ya lo es, puesto que la conciencia está diseminada por todo el universo-; podría también significar que en la transición a la copia podríamos perder nuestra conciencia individual. Si el simulacro de nuestra conciencia mantiene nuestra conciencia individual con toda su historia personal, ¿acaso esto no significa que ya vivíamos en un simulacro previamente, que el cuerpo ya es un vehículo de realidad virtual? En ese laberinto de autorreflexión dejaría de existir la realidad. ¿Somos copias de copias de copias, así hasta el infinito? ¿Como saber que en este momento el original no está conectado a un soporte de hardware en una especie de incubadora cibernética imaginando que tiene un cuerpo humano a través del cual percibe un mundo extraño, hermoso y atemorizante?
Surgen innumerables cuestiones y dudas existenciales sobre esta posibilidad de existir más allá de nuestros cuerpos, emebebidos en entornos digitales. Pero una duda es fundamental e inesquivable, ¿acaso no podríamos lograr esos mismos paraísos artificiales, burlar la muerte, aumentar nuestra inteligencia, creaer nuevas realidades, desde nuestro entorno biológico, usando nuestro cuerpo como nave? No buscó reducir este tema al dualismo falsamente tajante entre naturaleza y tecnología –después de todo la tecnología es también parte de la matriz de la Tierra, es natural; o de otra forma, después de todo la materia orgánica, y nosotros mismos, somos artificios de un programador interestelar– sólo considero que el otro camino también merecería ser explorado: puesto que tal vez sea una función del cuerpo que ha conjurado la evolución (o la propia divinidad) para nosotros: trascenderlo, pero usándolo como catapulta del espíritu y no como un viejo saco obsoleto.